martes, 10 de junio de 2008

Mi segunda novela (5)

Conocí a Adriana en el Instituto de Majadahonda, donde ella hacía el último curso del bachillerato y yo trabajaba como profesora, dando clases de lenguaje. El recuerdo de aquella época me rejuvenece. Todavía hoy evoco el olor en las clases, entre lapiceros, tizas y el sempiterno a humanidad juvenil tan propio entre chicos y chicas de edades comprendidas entre los dieciséis y dieciocho años. Recuerdo también, el paso de las estaciones. Esa primavera madrileña tan absolutamente acariciadora que alteraba, según dice el refrán, la sangre, o el crudísimo frío invernal que te helaba las entrañas y el escribir en la pizarra, o en la libreta, era toda una proeza al tener los dedos entumecidos, sobre todo cuando soplaba el viento de Somosierra; era como si te acariciara un trozo de hielo, repetidas veces, la cara.
Diariamente tenía que desplazarme desde Madrid a unos treinta kms. que era la distancia, aproximada, a mi centro de trabajo en Majadahonda. Tenía un horario bastante cómodo; entraba a las diez de la mañana y salía a las seis de la tarde, por lo que evitaba las odiosas horas punta en esa maldita
El primer control que puse en la clase de Adriana, trataba de un comentario de texto sobre “La isla del tesoro”. Me sorprendió que una chica tan joven expusiera con tanta precisión el comentario propuesto. Bien era cierto que, previamente, había dicho a los alumnos que se leyeran el libro sobre el que recaería el examen. Adriana lo hizo tan correctamente como lo hubiese hecho un adulto, citando a Jim Hawkins, al capitán Smolet, al inteligente Dr. Livesey o al filibustero John Silver. Me quedé gratamente sorprendida y le puse la máxima nota. No sólo se había leído el libro, sino que, además, conocía parte de la biografía de Stevenson
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