jueves, 19 de junio de 2008

"Los sin papeles"

¿Es posible que los eurodiputados socialistas en masa (excepto tres), botaran en la Eurocámara, a favor de permitir la detención a los inmigrantes "sin papeles" durante 18 meses?
Yo, como socialista que soy (no votante del PSOE), no puedo creermelo. Pienso que es un error informativo. Pero si esto se confirma, ya pueden explicarme cómo vamos a cuidar a nuestros hijos, y a nuestros mayores, pero sobre todo quién va a soportar y apuntalar la Seguridad Social.
Tendrán que pensárselo mucho los votantes de ese partido, la próxima vez, porque el Socialismo es otra cosa.

miércoles, 18 de junio de 2008

Mi segunda novela (14)

Mientras que duró la enfermedad de su madre, estuvo día y noche cuidándola y no se separó ni un momento de su lado, pues la pobre sufría grandes dolores al haberle sido amputados dos dedos de un pie, debido a la congelación. A cualquier hora del día, sufría alucinaciones e incluso un sonambulismo senil. Las visitaba siempre que podía, pero ni una sola vez, vi a su hermano Vicente, pero no hice comentario alguno para no herir sus sentimientos.
Pasada esa etapa tan terriblemente triste para ella, Adriana empezó a querer ser la de siempre. En ningún momento la abandoné y ciertamente llegué a pensar, que no aguantaría las desgracias que, en cascada, estaba sufriendo. Pero me confundí.
Afortunadamente para ella y a los dos o tres meses, la vi reírse acompañada de Guillermo, el que yo creo que nunca la abandonó del todo, y aunque nos distanciamos algo en aquel momento, seguimos viéndonos con relativa frecuencia.
Pero sus gustos empezaron a cambiar y si antes iba con frecuencia al cine y al teatro y se leía un libro a la semana, esto le dejó de interesar y empezó a divertirse en las discotecas y festejos, más o menos propios de su juventud. Evidentemente estaba en la edad de ello pero ese cambio tan radical, tan brusco, me dio la impresión de que lo hizo con el fin de olvidar los peores momentos de su vida.
También pudo ser motivado por los cambios que se produjeron en aquellos tiempos. Atrás se quedaron los jipis y del amor libre, los vientos eran otros. Vientos de cantos a la libertad a los que también se unió Adriana.
Corrían los años de 1980 cuando en toda España, pero sobre todo en Madrid, se empezaba a hablar de “la movida”. Aquellos años en los que Tierno Galván, alcalde de la Villa, popularizó patrocinando festejos que cambiaron definitivamente a la juventud madrileña y que, por efecto dominó, arrastró a toda la sociedad española.
A la muerte del dictador, incluso antes, empezaron a oírse voces de libertad por todos los rincones de España. Voces de independencia, de emancipación y contra todo aquello que supusiera tiranía y privilegios.

lunes, 16 de junio de 2008

Mi segunda novela (13)


Pasado este desagradable episodio en la vida de Adriana, otro momento difícil para ella fue el fallecimiento de sus padres que si no hubiese sido por su fortaleza física y mental, difícilmente lo hubiese podido superar a su edad.
Ocurrió a los pocos meses del hecho anterior, en un viaje de sus padres a La Rioja. Era invierno y a la vuelta les sorprendió una ventisca de nieve en el Puerto de la Pedraja, cubriéndose de nieve, en muy poco tiempo, la carretera. El resultado final fue que el coche derrapó, en una de las curvas, cayendo por un barranco y yéndose a estrellar contra un árbol.
Su padre murió, instantáneamente, mientras su madre quedó aprisionad durante más de seis horas, con el cadáver de su marido al lado y ella completamente consciente. Durante todo ese tiempo y hasta que fue rescatada (aterida de frío y con serios síntomas de congelación) su única obsesión fue ver como su marido, con los ojos abiertos, era incapaz de mandarle un mensaje de vida.
La madre fue ingresada en un Hospital de Soria y aunque físicamente se recuperó pronto, nunca más volvió a ser la misma, según decía Adriana. Desde el primer momento le falló la cabeza y no hacía más que recordar a su marido fallecido. Ya nunca se quitó el frío de su cuerpo. Justo a los dos meses del accidente, murió la pobre señora quedándose ella sola. Absolutamente sola.
Su hermano Vicente, al que yo conocí por aquellos días y del que no había tenido conocimiento hasta entonces, debía ser varios años mayor que ella y andaba como un saltimbanqui de un lado para otro sin saber qué hacer. No parecía de la misma sangre y, desde luego, no tenía el mismo aplomo que Adriana. Ella ni me lo presentó y él se esfumó para no volverle a ver hasta pasado algún tiempo.
Éste, un sacerdote vestido de cleriman, se encargó de ejercer su oficio en el entierro. Por eso me enteré de su parentesco con Adriana al preguntarle él, en mi presencia.
-- ¿Qué hacemos con el cadáver de nuestra madre?
-- Lo que tú quieras. Lo lógico sería incinerarla. Ahora ya, ¡qué más da!
-- No digas eso Adriana. Ha muerto su cuerpo, pero no su alma.
-- ¡Qué tonterías dices! – le contestó Adriana dándose media vuelta y alejándose del pobre cura, el que empezó a decir algo bonito sobre la Iglesia. -- Vayámonos de aquí. No aguanto a mi hermano cuando se pone impertinente con las cosas de la Iglesia. ¡Qué importará ahora!
Durante unos momentos, caminamos en silencio alejándonos del cura. Al final ella lo rompió diciendo.
-- No te he presentado a mi hermano porque no vale la pena.
-- Si. Ya he notado esa falta de cortesía por tu parte. – le reproché, indulgente.

sábado, 14 de junio de 2008

Mi segunda novela (12)

Pasado algún tiempo y cuando Adriana estaba totalmente recuperada, sin poder reprimir mi curiosidad, le comenté que no comprendía como una mujer, inteligente como ella, se podía quedar embarazada sin desearlo.
Con su habitual aplomo me contestó.
-- En los últimos tres meses antes de abortar, me he acostado con cinco hombres distintos. ¿Tú cuál crees que es el padre? El acertar con uno u otro seria injusto y una lotería. A mí me cuesta mucho trabajo decir no, cuando -- Y no me tomes por puritana, pero para mí, es una cosa muy seria. Me figuro que me tomas el pelo cuando me das evasivas si te pregunto quien es el padre. Tú tienes que saberlo y creo que tenemos suficiente confianza como para que abras tu forma de pensar conmigo. -- Pregunta baldía y respuesta reiterada, quiero decir sí, hablando de sexo. ¿No te ocurre a ti lo mismo? Hay que disfrutar con las cosas que a una le gustan. Yo tenía un conocido que lo que más le gustaba era comer y eso le dio algún disgusto de salud pero no por eso dejó de comer hasta que un día, tuvo un disgusto muy serio. Cuando se repuso, siguió comiendo como al principio. Una jovencita, recién casada, que vive cerca de mi casa, es una entusiasta del deporte siendo esto lo que más le gusta, como me confesó antes de abortar debido a una caída haciendo footing. Perdió su hijo pero ella sigue haciendo deporte, si cabe, con más ahínco. Ejemplos de este tipo te pondría hasta aburrirte y, seguramente, tú también me los podrías poner a mi. Cuando tu novio se pone cariñoso ¿te acuerdas siempre del preservativo? Chica, que quieres que te diga, a mí es lo que más me gusta y cuando en el sitio elegido hay mucha gente, más morbo y más ganas. Me pasa lo que a Woody Allen, en una de sus películas.
Me dejó petrificada y no supe contestar. Me di cuenta de que tenía razón.

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viernes, 13 de junio de 2008

Mi segunda novela (11)

Jorge la cogió en volandas y le acercó al primer banco que vio. Su cabeza iba hacia adelante y hacia atrás sin ninguna fijación. Una vez que la sentó en uno, Jorge me dijo. -- Acércate un momento a los baños y trae un pañuelo mojado.
Cuando volví, había algunas personas arremolinadas alrededor de Adriana. Me abrí paso como pude y vi que Adriana se estaba reponiendo. Cuando sintió la humedad del pañuelo alrededor de su cara y cuello, el efecto fue inmediato, aunque tardamos unos momentos en reanudar la marcha.
-- Espero que comprendáis que haya tenido que abortar, creo que era mi única solución.
-- No tienes que justificarte ante nosotros, Adriana. – Le dijo Jorge. – Para mí, en estos casos, la solución que da la madre, o mejor dicho la mujer, es la única que vale.
-- Así pienso yo. Pero creo, contra cualquier otra opinión, que no estaba preparada para ser madre. Sin embargo, sí lo estaba para hacer el amor desde los once años. Espero que no seáis de la liga antisexo.
Jorge le contestó con una sonrisa.
--Ni liga antisexo, ni madre a ultranza. Tú has hecho lo que debías hacer y, sobre todo, lo que querías. Nadie tiene nada que decirte, ni reprocharte y si un día algún cura de medio pelo te dijera cualquier tontería de las que suelen decir, mándale a la mierda que allí se encontrará en su casa.
Era la primera vez que le oía a Jorge ese pensamiento y Adriana se río por primera vez después de su aborto

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jueves, 12 de junio de 2008

Mi segunda novela (10)

El viaje a Londres fue visto y no visto y he de decir que estaba perfectamente organizado. Nos fueron a recoger al avión, nos llevaron a la clínica e ingresaron a Adriana, dándole una habitación doble en donde yo estuve con ella en todo momento y, al tercer día, regresamos a España, devolviéndonos, el London Hopital, al Heathrow Airport.
Tardó menos tiempo ella en reponerse que yo y si bien físicamente a ella se le notaban las huellas de su aborto, psicológicamente no le afectó, por lo menos, en apariencia. A los quince días las dos bromeábamos con el incidente y las peripecias pasadas y a los dos meses yo ya no me acordaba. No sé ella.
Recuerdo que el instinto maternal, mal entendido de aquella época, me hizo decirle que tuviese muchísimo cuidado desde ese momento en adelante, lo que le hice prometer. No me contestó; pero asintió con la cabeza y desde luego, que yo sepa, no volvió a tener ningún percance de ese estilo y nunca supe si el embarazo que tuvo fue obra de Guillermo o no. Ya nunca lo sabré, ni a estas alturas me importa y dudo que ella lo supiera, pero en su silencio flotaban las barbas del diablo y tan celosamente guardaba su secreto que llegué a interpretar todo lo contrario pues, en ningún momento me dio a entender un nombre, ni siquiera veladamente.
Cuando llegamos al aeropuerto de Madrid-Barajas, nos estaba esperando Jorge.
Adriana debía llevar muy mala cara porque mi novio le dijo, sin quererla alarmar.
-- ¿Cómo te va? No tienes muy buen aspecto pero claro, después de un viaje en avión yo creo que nadie lo tenemos.
-- Bueno, creo que lo peor ya pasó. Pero me siento algo mareada – contestó Adriana con desgana y una sonrisa dulzona.
-- Venid, vamos a sentarnos a una cafetería.--- Dijo jorge imperativo.
No habían avanzado ni cincuenta metros, cuando Adriana dijo.
-- No puedo más, me estoy mareando.Jorge la cogió en volandas y le acercó al primer banco que vio. Su cabeza iba hacia adelante y hacia atrás sin ninguna fijación. Una vez que la sentó en uno, Jorge me dijo. -- Acércate un momento a los baños y trae un pañuelo mojado.

Mi segunda novela (9)

Recuerdo como si fuera hoy el día que, a media mañana, se presentó en casa. Es posible que fuera sábado o festivo porque yo me acababa de levantar al no tener clases. Adriana no gozaba de muy buen aspecto y estaba excesivamente triste y nerviosa y nada más entrar me preguntó si se encontraba en casa mi novio, añadiendo.
-- Lo que quiero contarte, me da algo de vergüenza, sobre todo si estuviera él presente.
Me extrañó ese comentario en ella y la tranquilicé diciéndole que en ese momento estaba yo sola y le pedí, por favor, que se serenase.
-- Cuéntame lo que tengas que contarme. -- Le hice pasar a la cocina, mientras preparaba un café para ambas. Cuando hubo salido el café y lo había puesto en las tacitas, me dijo, solemne.
-- Cris, me tienes que ayudar. Me tienes que dejar cincuenta mil pesetas porque tengo que irme, inmediatamente, a Londres para abortar.
Me sobrecogió la forma tan imperiosa que tuvo al decírmelo y su cara entre nerviosa y triste. Creo que fue la primera vez que tuvo un problema serio en su vida. En ese momento, rompió a llorar desconsoladamente y a decirme que yo tenía razón, cuando le había dicho lo de las precauciones y que ella lo había tomado a chirigota, pero que no deseaba ni el embarazo, ni lo que viniera.
Desde luego que yo no tenía ese dinero pero la apoyé en todo lo que pude, preguntándole si lo sabían sus padres o algún familiar y que pediría el dinero, a donde fuera, para ayudarla. Me dijo que de ninguna manera iba a consentir que yo hiciera eso por un error suyo y estuvo forcejeando conmigo hasta que al final, cuando le dije que yo me iría con ella y que no se preocupara, se vino abajo. Se abrazó a mí y reforzamos nuestra incipiente amistad.
-- ¿Quién es el padre? – Pregunté con descaro.
-- ¡Qué más da! Eso da igual. Lo importante es el hecho. Además podría haber varios candidatos. – Me dijo sonriéndose, siendo la primera vez, en el día, que lo hacía. -- Con el que yo creo que es el interesado ya lo he hablado, siendo él de la misma opinión, no deseándolo tampoco. -- Le dije que la decisión me parecía inteligente, aunque pensé, para mis adentros que quizá yo, más conservadora, no lo hubiese hecho.

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