martes, 10 de junio de 2008

Mi segunda novela (4)

Adriana no era una mujer muy segura de sí misma, pero sí muy independiente, fogosa, suave y apetitosa, rubia y de mirada traviesa. No quisiera hablar en pasado como si hubiera desaparecido para siempre, pero el paso del tiempo sin verla y sin estar con ella, nos hicieron presagiar, en aquellos momentos, grandes nubarrones.
Aunque éramos diferentes físicamente, no debíamos de serlo tanto para personas que no nos conocían en profundidad. Ella era mucho más guapa que yo, pero las estaturas similares, el corte de pelo y las voces cálidas que ambas teníamos, inducían a la confusión en más de una ocasión. Tanto si decían Adriana como si decían mi nombre, Cris, nos volvíamos al unísono. Podríamos decir que era mi alter ego.
Adriana era una mujer adorable, no muy segura de sí misma (como ya he dicho) y con un temperamento que se adaptaba al medio. Quiero decir que lo mismo sacaba su genio contra una persona por una nimiedad que, al momento, se arrepentía y besuqueaba a la persona ofendida. Con ella, si no se tenía mucha amistad, era preferible no molestarla porque podías salir mal parado. De todas formas, nunca le llegó a embriagar la ira.
Era una mujer bastante independiente, de ahí su inseguridad emocional. Todo ello no sé si era una virtud o un defecto, ni tampoco sé si era adorable para todo el mundo o sólo para mí. Era el tipo de persona que suele caer bien a todos.
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